miércoles, 18 de julio de 2007

Cuando eres maestro

Cuando eres docente, especialmente, si lo eres de corazón, asumes roles de maternidad adicional. Sueles volverte, sin quererlo, la sombra de tus alumnos en clase, los regañas por su comportamiento, los aconsejas respecto a su modo de vestir, eres su confidente cuando sufren y te duelen sus lágrimas, aunque comprendas que esa es la mejor manera para limpiar el alma.

Cuando eres docente, si te nace del alma, te vuelves parte del salón, asumes la dureza del tablero cuando de formar a tus estudiantes se trata y la suavidad y fragilidad de la tiza cuando te piden que los escuches para hablar de su vida, de sus sueños, de sus angustias.

Sufres con ellos y gozas con sus logros. Pero, sobre todo, si desarrollas tal relación empática y de afinidad especial con algunos de ellos, terminas sintiendo el orgullo de mamá biológica (así solo tengas de ellos sus sonrisas), cuando ves que a través del tiempo, son mejores profesionales que tú, saben más que tú y terminan, como el mejor de los docentes, formando a su maestro.

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